La promesa no cumplida de abolición del yugo. Eso significó para el pueblo afroperuano la independencia del Perú en1821, cuando luego de habernos sumado a las huestes
libertadoras con la promesa de la libertad, se nos traicionó al no incluirnos como parte de los nuevos ciudadanos y ciudadanas de esta prometedora patria independiente. Solo se declararon libres a los descendientes de las personas esclavizadas que nacieran
luego de 1821. Pasaron 33 años para que llegara el decreto de libertad el 3 de diciembre de 1854, que declaró la manumisión de todas las personas esclavizadas en el Perú.
¿Hubo propuestas de reparación ante este crimen? A diferencia de la población originaria, no teníamos mayores referencias de libertad que las memorias preservadas en la tradición oral.En la costa peruana no tuvimos un apu que nos abrazara ni el Amazonas, solo la frente en alto pero descubierta hacia el horizonte desértico. Muchos libres por haber comprado nuestra libertad y otros fugitivos por haber escapado y vivir en los caminos, ya que no existía la geografía protectora de las montañas verdes de los palenques (comunidades fugitivas) de otras regiones de América. Nos quedó acomodarnos a los nuevos devenires de esa
futura república, con discursos fundacionales desdeñantes de nuestras contribuciones.
Es así que a lo largo de estos 199 años logramos redefinir nuestro rol en la historia peruana a partir de un trabajo muchas veces silencioso e intencionalmente silenciado. En los pueblos rurales y urbanos creamos nuevos sistemas de organización comunitaria que mantuvieron espacios de apoyo mutuo, solidaridad y respeto a los vínculos familiares, recordados a partir de evocar los apellidos de los ancestros y ancestras, para así trazar la historia de la ascendencia.
En los años sesenta se hicieron las primeras fiestas llamadas “La Tribu” en Lima, organizadas por José “Cheche Campos” y la Asociación Cultural de la Juventud Negra Peruana (ACEJUNEP), donde jóvenes afroperuanos de Lima y migrantes de otras regiones se reencontraban y compartían ideas sobre los movimientos de derechos sociales y políticos en Estados Unidos. Este y otros colectivos de barrio también debatían sobre la colonización africana, reflexionaban sobre la visión panafricanista de Marcus Garvey y el rastafarismo y, no menos importante, llevaban una estética de vestido y cabello que afirmaba esta identidad afro. Luego, en los ochenta y noventa, aparecieron otros espacios de conexión como “La Descarga en el Barrio”, de Omar Córdova, y “Rumba Caliente”, de Aldo Alarcón, donde la música afrocubana y la salsa tenían un rol unificador. Allí también compartíamos las recetas culinarias de las tías y comadres que solo cocinaban en estas ocasiones especiales.
En zonas campesinas como El Carmen, las tradiciones se mantuvieron en celebraciones comunitarias como la Yunza, la Danza de Pallitas y el Atajo de Negritos. En comunidades como La Quebrada, en Cañete, se recuperó la preservación del culto a la Santa Efigenia quien, según la memoria local, era hija de un rey etíope. En otras zonas de Chincha como Puquio Santo, de donde proviene mi madre y sus hermanos, las familias vivieron sin electricidad ni agua potable hasta inicios del nuevo milenio. Nos reuníamos todas las noches a la luz de la luna, del fogón o de los lamparines para compartir las historias del pueblo o de los “aparecidos” en los caminos. De niña, esperaba cada verano la llegada de los migrantes itinerantes de Huancavelica, que levantaban polvareda cuando arriban con sus numerosos rebaños de ovejas y cabras para pastear los rastrojos de la cosecha en Puquio Santo, asentándose en chozas de paja construidas temporalmente al lado del río Matagente.
Estos momentos, repletos de intercambios interculturales, no estaban extintos de conflictos racistas. Durante los años más agudos de la guerra interna, las visitas temporales se
convirtieron en permanentes, reconfigurándose racialmente gran parte de Puquio Santo, El Carmen, Cañete y otras zonas rurales afroperuanas.
¿Cómo esta historia nos puede brindar una ruta para enfrentar un contexto tan grave como el ocasionado por la COVID-19? Pues esta crónica no brinda consejos ni ejemplos de situaciones similares enfrentadas por los pueblos afroperuanos anteriormente. Pero tal vez permita ver algunas de las capacidades que tenemos para resurgir de contextos complejos y desfavorables.
Familia afroperuana Como parte del pueblo afroperuano y desde mi experiencia de vida urbana y rural, considero que uno de los principales valores de mi gente es el concepto de la familia extendida. El desmembramiento familiar nos llevó a estar atentos al apellido como manera de trazar una ruta para e
ncontrar a algún familiar perdido o separado por el sistema colonial. Lamentablemente, muchas personas no afroperuanas usan la frase “familia” o “vamos pa’ Chincha familia” de manera despectiva y con una entonación que denota burla por el acento afroperuano. Este sentido de familia extendida se vive en los barrios y pueblos rurales afroperuanos, donde se crean lazos de apoyo mutuo que acompañan a los adultos mayores, que cuidan a los niños o niñas y que, hasta hace algunos años implicaba, incluso, la lactancia compartida. Por eso, es importante que defendamos ese valor de familia extendida, garantizando la permanencia de nuestros sistemas de apoyo y cuidado.
Territorio y soberanía alimentaria Nuestra relación con el territorio ha sido compleja y diferente de otros países donde los pueblos afros luchan hasta ahora por no ser desplazados. En el Perú, gran parte del pueblo afroperuano tomó posesión de tierras durante el proceso de la Reforma Agraria. Sin embargo, se mantuvo o agravó la presencia de monocultivos, dejando poco o nulo espacio para los sembríos que garantizaran la seguridad y soberanía alimentaria de las familias afroperuanas. Además, se forzó el uso indiscriminado de agrotóxicos, afectando la salud de varias generaciones de los años sesenta, setenta y ochenta, ocasionando muertes tempranas mucho antes de que se difundiera de manera apropiada la información sobre la real letalidad de estos pesticidas.
Recordemos que la mayoría de las 828 mil 894 personas que se reconocieron como afroperuanas en el Censo Nacional del 2017 se ubican en la costa peruana, cuyo extenso territorio es desértico o semidesértico. Esa geografía genera como urgencia la distribución equitativa del agua entre los pequeños agricultores y los nuevos feudales, tal y como manifiestan las asociaciones de regantes de San José de los Molinos, Nazca, Yapatera y Zaña. Reconstruyamos nuestra historia La historia afroperuana se sigue reconstruyendo desde nuestras propias voces y narrativas. Continuemos hurgando en nuestras memorias ancestrales, hablemos con nuestros abuelos y abuelas sobre las formas de colaboración comunitaria que tenían décadas atrás. Recojamos información sobre las medicinas naturales, escuchemos las canciones tradicionales y preguntémosle a las abuelas si conocen las historias detrás de esas canciones.
Esa información será nuestra referencia para seguir reconstruyendo nuestra historia y así llegar a conmemorar el bicentenario de nuestra libertad. Usemos los 33 años de desventaja
como una oportunidad para transformar nuestras utopías en
transformaciones políticas y culturales.
2054: Bicentenario de la Abolición de la Esclavitud en el Perú, ¡allá vamos en carrera percutiva!.
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